Si revisamos la narrativa digital o narrativa hipertextual de los años 90, por ejemplo la novela interactiva de Geoff Ryman 253, podemos percibir fácilmente que se limitaba en gran medida a reproducir el modelo analógico estableciendo referencias formales con obras que se consideraban los antecedentes, tales como Tristam Shandy, Rayuela, Las palmeras salvajes o El jardín de los senderos que se bifurcan, entre otras.
La transformación del relato en un hipertexto, en un juego interactivo entre el escritor y el lector, enlazado en múltiples vínculos, en un laberinto en el que el lector va abriendo caminos de forma no lineal, sin principio ni fin, haciendo de la lectura una experiencia individual y única, son rasgos que definen a estas novelas analógicas y a aquellas experiencias digitales.
Es a principios del siglo XXI cuando comienza ese descubrimiento de la propia identidad narrativa en el ámbito de la ficción digital, propiciado por los avances en las tecnologías de la información y la comunicación. La obra hipermedia de Belén Gache Wordtoys es, de todo lo que hemos visto/leído/navegado, lo que más nos ha gustado por su hibridación e integración de lenguajes y medios y su delicado equilibrio entre literatura y técnica.
También hemos encontrado otros ejemplos que podrían marcar uno de los múltiples senderos que podría recorrer esta narrativa y es el de convertirse en una extensión o ampliación del libro analógico a través de las infinitas posibilidades que ofrece el soporte digital, iniciando de este modo un interesante proceso de sinergia entre ambos medios.
En El libro flotante de Caytran Dölphin el lectonavegante dispone de un espacio interactivo de escritura y creación online que puede ser autónomo e independiente de la lectura, o contextualizado dentro del libro analógico homónimo. Como muy bien sostiene Leonardo Valencia se trata de una “multiplicación del autor” y no de su muerte, tal y como planteaba Roland Barthes en su mítico artículo.